viernes, 20 de agosto de 2010

Hapinness II: Felicidad portanumérica

La felicidad, a mi juicio exagerada (por los méritos otorgados a la cosa-en-sí), a causa de la aprobación del proyecto de portabilidad numérica, no deja de sorprenderme. De un lado, porque un gran número de personas no sabe qué gana. Y del otro, porque aquéllos que saben qué ganan deberían estar preparados para ver derrotadas sus ilusiones si es que la dinastía K finalemte se acaba.
Hasta ayer, la resolución del Ejecutivo que será tratada la semana próxima en el Congreso, era el final feliz para la década de clandestinidad del proyecto. Entonces, creí necesario la publicación de dicha resolución y la fecha de su implementación, en caso de zigzagear las garras de la oposición.
Sabemos ya que habría que pagar 5 pesos (el equivalente al valor de 100 pulsos telefónicos, al menos desde 2002) para realizar el cambio de operador y que el proyecto del expositor Lisandro Salas no tiene en cuenta a la telefonía fija.
Si para un mercado de libre competencia es fundamental bajar las barreras de entrada a fin de que nuevos actores puedan ofrecer el servicio, posibilitando el libre tránsito de los usuarios entre las empresas e imponiendo a las empresarios el deber de optimizar la calidad del servicio, proyectos como el de la portabilidad numérica
son precisos. Sin embargo, considero que existen algunos datos que realizando un breve ejercicio bien intencionado de mi memoria, ponen en duda su bondad y pertinencia.
Fue a través del Decreto 764/00 que se presentó la portabilidad numérica, formando parte del Reglamento Nacional de Inteconexión, cuyo artículo 4 reza: "Portabilidad numérica: es la capacidad que permite a los clientes mantener sus números cuando cambien de Prestador y/o de servicio y/o de ubicación geográfica en la que recibe el servicio, de acuerdo a las disposiciones del Plan Fundamental de Numeración Nacional".
Tras una década de nulo trato, el gobierno echa (nuevamente) mano a cuestiones que antes no le importaban (como el matrimonio igualitario), pero a once meses del día D, se vuelven por poco vitales.
La portabilidad numérica no se agota con la telefonía móvil. Existe otra, de uso menos fashion, donde los abusos son frecuentes y más profundos que los de la mencionada: me refiero a la telefonía fija. Sí, sí, todavía existen los teléfonos apostados en algún rincón de nuestras casas. Sí, los inalámbricos modernos son más chicos y parecen a los aparatitos que guardamos en el bolsillo antes de ponernos el calzado para salir a la calle.
Por otra parte,conviene no mezclar la ley de servicios audiovisuales (sigue sin aplicarse, vaya a saber uno hasta cuándo!) con la Ley Nacional de Telecomunicaciones (19.798) de agosto de...1972! Intocable, de no ser por las pequeñas modificaciones que hizo Néstor en 2003.
El artículo 3 del decreto 60/90 señala, respecto a las competencias de las empresas en las que se dividió Entel, que: "El objeto social único de las sociedades licenciatarias será la prestación de servicios públicos de telecomunicaciones, excepto radiodifusión". ¿Cómo Telefónica pudo hacerlo?. Tendríamos que chequear a nombre de quién está la licencia de Telefé y por qué el Comfer nunca le pidió la actualización de esos datos. Sin entrar en temas como el porcentaje elevado de capital extranjero que no le permitirían -según la ley 22.285- gozar de ciertas "licencias".
En 1998, una valija con cientos de miles de razones ocultó el informe de la Comisión Nacional de Comunicaciones (la CNC, la vedette del Fibertelgate) sobre el desempeño de las telefónicas durante el período de validez de su licencia. El caudillo riojano prometió extenderles en tres años su licencia si se portaban bien. No sólo se movieron a su antojo, sino que tal informe tuvo el mismo destino que podría tener la portabilidad numérica: el olvido.
Casi entran por la ventana. LLegaron a ofrecer televisión junto a DirecTV, pero era tan obvia la canallada que dieron marcha atrás y ahorraron esfuerzos para otro momento. La televisión por celular y el manejo de los contenidos es otro problema que indudablemente afrontaremos.
Como el de la portabilidad. Fueron muchas las concesiones del kirchnerismo a los empresarios de los multimedios (incluído Daniel Hadad, al que le permitió renegociar su deuda para transferir canal 9). Es muy antojadiza su relación con Telefónica, aunque efectiva y estrecha.
Nos avisaron muy temprano que algo bueno podía pasar. Demasiado temprano.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Happiness

Intercambiamos algunas opiniones con un muchacho hace un rato sobre la proferencia y la prospectiva. Convencido de la importancia que el pasado tiene en su vida, me explicaba que no podía pensar en el futuro sin partir del pasado. Y era el presente el momento de actualización de las disposiciones merleaupontianas que le permitían siempre elegir bien. Sin importarme si entendió bien o mal al francés (incluso si yo mismo lo hice), decidí ir a comprar una coca que en ese momento nos haría feliz a ambos: a mí para refrescarme y a él por haber ganado la contienda. Algo que para mí no tenía más valor que la tolerancia puesta a prueba en ese rato.
Pensaba luego mientras viajaba a casa acompañado -siempre- por algún buen compañero de ruta (un librito de no más de doscientas páginas y miles de problemas) en que los 30 años de mi vida son tan felices como alguna vez lo deseé: una valija de cosas que hice y un no sé qué de cosas por hacer (es muy prematuro saber qué desearé en 20 años, por lo que no veo dónde llevarlas).
Cuando sólo creía en Dios era común vivir resignado , con la necesidad de sentir dolor o temer lo peor para obligarme a comunicarme con él, para conectarnos, para visitarnos diariamente, casi siempre de noche. Ahora que creo en dios, siento felicidad por –by Unamuno- no tener que creer en Dios para ser bueno, ni para amar ni para sentir el amor por parte de aquéllos de los que lo espero.
Este dios también tiene antiguo testamento: la diferencia es que me deja ser feliz como yo crea que tengo que ser feliz. Lo malo es que creo que necesito un dios y él no puede serlo. También tiene motivos para que yo crea en él. Aunque primero me invitó a creer en mí. Cuántas veces tuve problemas! Ahora tengo también -muchos más que antes-, pero nuevos: en su forma y en su denominación.
Pocas cosas que me hacen muy feliz.