lunes, 11 de febrero de 2008

Momentos

Ante todo quiero pedir disculpas a todos aquellos que visitan el blog, con los que a veces comparto algún café hasta bien entrada la madrugada. Pero, como soy quien dio vida a este espacio, creo que tengo el derecho (y la obligación, ya que este blog es un poco yo también)de escribir estas líneas.
Hay momentos en la vida en los que uno se pregunta si eligió bien: un auto, un viaje, un pantalón, una comida. Así podría pasar la noche entera enumerando cosas que se tornan insulsas, insípidas, banales, con sólo adquirir el status de "cosa" en nuestro inventario de necesidades secundarias.
Sin embargo, hay otras por las que hemos luchado tanto, que el arrepentimiento parece no ser la mejor opción: una acción, un amor, una profesión, un abandono. Y así también podría pasar al menos mis próximos dos días.
A pesar de todo (sin existencialismos de por medio), todo se vuelve efímero en un instante, y queda la nada. ¡Perdón!, si queda algo: uno mismo. Con sus broncas y alegrías, con sus dudas y certezas, pero sobre todo con su dignidad. El momento aurático de felicidad que uno siente (encerrado en el hermetismo individualista posmoderno) al creer que hizo lo mejor, o lo correcto. O lo moralmente correcto, "respetando los cánones de la buena conducta"... Buh! Una vez escribí esa frase, en Ambito Financiero. ¿Quién soy yo para decir cuáles son esos cánones? Claro, el periodista bienaventurado, que tiene la palabra justa, para el lector justo, que espera justo "eso" que le voy a decir.
En esos momentos en los que dudamos de si hicimos bien o no, queda uno mismo. En eso estaba.
He tenido muchos momentos felices. Creo que muchos para mi corta vida. Tengo todo lo que un hombre pude querer: una familia hermosa, amigos, y una mujer espléndida que hace años me acompaña. Pero en este momento me falta algo.
Entonces, prendo mi computadora y escribo. Sin límites de tiempo, ni de pautas, ni de espectadores del otro lado de esta caja negra, sin nada.
En este preciso instante atravieso ese momento aurático, irrepetible, único, difícil de explicar; con la satisfacción de haber hecho las cosas bien. Claro, porque en realidad no perdí nada. Todavía.