miércoles, 18 de agosto de 2010

Happiness

Intercambiamos algunas opiniones con un muchacho hace un rato sobre la proferencia y la prospectiva. Convencido de la importancia que el pasado tiene en su vida, me explicaba que no podía pensar en el futuro sin partir del pasado. Y era el presente el momento de actualización de las disposiciones merleaupontianas que le permitían siempre elegir bien. Sin importarme si entendió bien o mal al francés (incluso si yo mismo lo hice), decidí ir a comprar una coca que en ese momento nos haría feliz a ambos: a mí para refrescarme y a él por haber ganado la contienda. Algo que para mí no tenía más valor que la tolerancia puesta a prueba en ese rato.
Pensaba luego mientras viajaba a casa acompañado -siempre- por algún buen compañero de ruta (un librito de no más de doscientas páginas y miles de problemas) en que los 30 años de mi vida son tan felices como alguna vez lo deseé: una valija de cosas que hice y un no sé qué de cosas por hacer (es muy prematuro saber qué desearé en 20 años, por lo que no veo dónde llevarlas).
Cuando sólo creía en Dios era común vivir resignado , con la necesidad de sentir dolor o temer lo peor para obligarme a comunicarme con él, para conectarnos, para visitarnos diariamente, casi siempre de noche. Ahora que creo en dios, siento felicidad por –by Unamuno- no tener que creer en Dios para ser bueno, ni para amar ni para sentir el amor por parte de aquéllos de los que lo espero.
Este dios también tiene antiguo testamento: la diferencia es que me deja ser feliz como yo crea que tengo que ser feliz. Lo malo es que creo que necesito un dios y él no puede serlo. También tiene motivos para que yo crea en él. Aunque primero me invitó a creer en mí. Cuántas veces tuve problemas! Ahora tengo también -muchos más que antes-, pero nuevos: en su forma y en su denominación.
Pocas cosas que me hacen muy feliz.

No hay comentarios: